domingo, 4 de noviembre de 2007

Fuegos fatuos

Creo que te había visto antes alguna vez, en uno de esos inútiles cursos que llevábamos juntos, pero nunca me interesó conocerte, y fue así hasta aquella tarde en que, por casualidad (¿realmente existe?), te oí discutiendo con tus amigas sobre Star Wars, la cual no conocían por ser, como bien las llamaste, incultas; una sonrisa se dibujó en mi rostro, música de fondo de U2; y de espaldas a ti me sentí muy feliz por tu existencia.

Después de eso averigüé como te llamabas, aunque no importó mucho pues es mi cabeza siempre serías Charlotte, para darle un efecto Wertheresco al asunto. Pude enterarme luego donde vivías, lo que terminó conmigo pensionando en un menú frente a tu casa, la excusa perfecta para pasar por ahí todos los días y con algo de suerte quizá alguna vez regresarnos juntos de la universidad pues, mira tú como es la vida, tendríamos el mismo camino. Así, en mi nueva ruta diaria, lograba verte conversando en la puerta de tu casa con tus "amigas", una sarta de huecas pretenciosas que te marginaban a la primera oportunidad; y caí en la cuenta de que estabas tan sola como yo.

Luego empezó el jueguito de las miradas; durante las clases, sentado al otro extremo del salón, observaba cada movimiento tuyo, la ropa que traías, los libros que leías, las intervenciones tan precisas que maravillaban a tus profesores pero que, supongo yo, detestabas, por que siempre que te volvías a sentar tenías el rostro adusto y bajabas la cabeza buscando pasar desapercibida. Pero yo seguía observándote disimuladamente, y en esa vista de reojo te idealicé más. Tuve la impresión de que un par de veces tú también me miraste. Hasta el día que nos vimos mutuamente y me sonreíste, y fuimos el uno para el otro, para siempre en ese momento, y sólo en mi cabeza que no en la tuya.

La semana siguiente llegué un poco tarde al salón y sólo encontré vacía la última fila así que ahí me senté, te busqué con la mirada pero no estabas, entonces asumí que no vendrías. Estuve garabateando cosas sobre el cuaderno por un rato, la clase continuaba aburrida y me quería ir, volteé a ver hacía la puerta, y allí estabas, con música de fondo y puesta de sol, pidiendo permiso al profesor para entrar, él asintió con indiferencia, caminaste apresuradamente, en cámara lenta desde donde yo estaba, mi corazón latía a mil por hora, y te sentaste a mi lado, un repentino calor recorrió mi cuerpo, y de todos los asientos vacíos que había en la fila te sentaste a mi lado, mis manos empezaron a sudar, y podía sentir tu olor, me puse a escribir cualquier cosa, y se sentía tan fresco a tu lado, comencé a balancear la cabeza, y volteaste a verme un segundo como queriendo algo, y yo secándome el sudor de la frente con desesperación, teniéndote al lado a unos pocos centímetros, debía hacer algo, era ahora o nunca, entonces me decidí a hablarte, aunque mejor hubiera sido nunca, y con un aplomo que no sé de donde salió: No ha avanzado mucho -te dije- toma mi cuaderno, copia lo que te falta. Y en un momento de película le alcanzaba un cuaderno que tenía un poco de alma, corazón y vida.

Fue en ese preciso instante en que, como si hubiesen descorrido un velo, te vi, tal cual eras, y te desprecié. ¿Qué no hiciste nada malo? Quizás. ¿Qué te comportaste muy amablemente? Es cierto. Pero ya no eras tú, o al menos no la que había soñado.

Te convertiste de pronto en una sola, triste y linda chica, con mal aliento.

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