domingo, 4 de noviembre de 2007

Viaje nocturno

Te despiertas con un sobresalto, asustado y sudando frío. A tu alrededor todo normal. Sigues en el mismo asiento 22 al lado del pasillo, en el ómnibus interprovincial que te lleva en un viaje nocturno. Sabes que has tenido un mal sueño pero te es difícil recordar qué. En medio de la oscuridad algo roza tu pie, por debajo del asiento.

Asumes que la persona de atrás te debe haber pateado sin querer. Volteas y en la penumbra apenas distingues un bultito informe sobre el sitio, lo que supones es una pequeña niña viajando con su madre al lado. Te fijas que sus piernecitas son demasiado cortas como para estirarlas hasta adelante, por debajo tuyo. No les dices nada y vuelves a tu posición, aún curioso. La oscuridad dentro y fuera del ómnibus es casi absoluta, casi palpable, y sólo es interrumpida, cada vez más espaciadamente, por haces de luz provenientes de vehículos que cruzan en la dirección contraria. Ya que tu visión se halla limitada intentas agudizar tu oído. Los ruidos del viaje son bastante característicos. El motor del ómnibus ruge bronco y potente. Alrededor, apenas perceptibles, las respiraciones profundas de los pasajeros durmiendo. La señora que viaja a tu lado ha empezado a roncar. A lo lejos alguien cuchichea, seguramente conversando por un teléfono celular. El vehiculo continúa su camino a buena velocidad, dando ligeros tumbos aquí y allá. Nuevamente tu talón es golpeado. Oyes el ruido de una botella rodando y sonríes. No sabes por qué pudiste haber pensado que era algo más.

Hubieras querido viajar al lado de la ventana para distraerte. Tratas de divisarla por encima de tu compañera de asiento pero su cuerpo voluminoso bloquea casi toda la vista. Apenas te queda un pequeño espacio por el cual ver hacia fuera, hacia la nada. Te extraña. Llevan un buen rato sin cruzarse con un auto, una gasolinera o alguna otra fuente de luz. El cielo debe estar muy nublado porque ni siquiera se ve luna o estrellas. Ahora la única iluminación en el ambiente es una suerte de resplandor rojizo que envuelve al ómnibus, que supones debe generarse por el reflejo de las luces delanteras en la neblina de la carretera. Intentas conciliar el sueño, calculando que aún faltan algunas horas para llegar a tu destino, pero la sensación de intranquilidad persiste. Cierras los ojos a la espera del sopor eventual y apenas lo haces empieza un ruido, como un murmullo de decenas de voces, creciendo a tu alrededor, indescifrable, en aumento. Abres los ojos y desaparece, siendo nuevamente el motor del ómnibus, las respiraciones profundas, el ronquido de al lado. No haces ningún movimiento. Empiezas a dudar si serán cosas tuyas o si alguien te estará haciendo una broma. Pero cómo va a ser, quién querría fastidiarte a esta hora ¿la niña de atrás? ¿La gorda de al lado? Lo lógico era que te estuvieras quedando dormido, que hubieras soñado los murmullos, eso tenía que ser. Pero todo parecía tan real... Otra vez un golpe en los pies.

Enfadado, te agachas para recoger la botella pero retiras la mano asustado al tocar algo pegajoso y escurridizo, como un tentáculo. Te aferras a tu sitio, inmóvil, sin saber qué pensar, sin querer voltear, paralizado por un miedo incomprensible. Todo empieza a parecer tan surreal, tan ridículo. Intentas convencerte con explicaciones racionales. Te dices que deberías estar durmiendo como los demás pasajeros, pero luego ves la botella rodando por el pasillo, a lo lejos, mientras sientes nuevamente el roce en tus pies. Aterrorizado, los levantas en un acto reflejo; te vuelves con desesperación a la señora del lado, como en busca de seguridad, de alguien que corrobore que no te estás volviendo loco. Intentas despertarla y le das golpes con tu codo hasta que éste termina hundiéndose en una bemba de grasa de la que te es difícil sacarlo. La mujer, apenas distinguible en la oscuridad, ni se inmuta. Distingues su obeso perfil, su boca abierta, sus dientes largos y disparejos, un hilillo de baba sacudido por un ronquido que se va volviendo escandaloso, un sonido gutural que -por momentos- parece convertirse en una grotesca carcajada.

Te levantas, algo no anda bien, no importa donde estén le pedirás al chofer que se detenga, si es necesario que te dejen bajar con tu equipaje, ya te las arreglarás. Caminas por el pasillo lo más rápido que puedes, tambaleándote por el movimiento y aferrándote como puedes a unos asientos que se deshacen en tus manos como si fueran polvo. Golpeas el vidrio que separa la cabina del conductor del resto del ómnibus y no hay respuesta. Vuelves a golpear y llamas, impostando una seriedad (una serenidad) que hace rato ya no tienes. Luego gritas, reclamas, amenazas; pero es todo inútil, pateas el vidrio en un último acto de desesperación y sientes los huesos de tu pie fracturarse ante la inmunidad del oscuro cristal, ante la absoluta indiferencia del resto de pasajeros. Cojeas por el pasillo, hacia el fondo del ómnibus, en busca de las salidas de emergencia; y entre las sombras de los asientos alcanzas a ver las decenas de rostros carbonizados. Relampaguean en tu mente visiones de fuego y hierros retorcidos; y los murmullos otra vez, comprensibles ahora, pidiéndote que lo admitas, que aceptes tu muerte, antes que sea muy tarde. Pero prefieres no oír; corres como puedes hacia el fondo del bus, empecinado en hallar una salida que no existe, tratando de convencerte que no, que es imposible que estés muerto, que no hubo ningún accidente, que aún puedes llegar a casa con tu familia, que sólo debes poder salir de allí. Pero el pasillo se hace infinitamente largo y adelante ya todo es oscuridad. Te detienes y lloras, ya no hay nada que puedas hacer. Caes de rodillas resignado, dispuesto a volver con los otros y admitirte muerto; pero es demasiado tarde. No puedes ni gritar siquiera mientras los fríos tentáculos te envuelven y arrastran vertiginosamente hacia la oscuridad. Hacia la insondable e infinita oscuridad.

Te despiertas con un sobresalto, asustado y sudando frío. A tu alrededor todo normal. Sigues en el mismo asiento 22 al lado del pasillo, en el ómnibus interprovincial que te lleva en un viaje nocturno. Sabes que has tenido un mal sueño pero te es difícil recordar qué. En medio de la oscuridad algo roza tu pie, por debajo del asiento.

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